Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 12 de julio de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 154, 3936-3940
Tema: Interpelación sobre la política general del Gobierno

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Voy a procurar, Sres. Diputados, contestar a mi distinguido amigo el Sr. Moret todo lo más familiar, todo lo más llanamente que me sea posible, porque, por lo visto, no place a S. S. lo que él llama mi fogosa oratoria. Voy a ver si estoy tranquilo y sereno, aunque no pienso estar fino como mi amigo el Sr. Martos estaba ayer.

Se ha empeñado y se empeña el Sr. Moret en echar sobre la situación actual, y muy especialmente sobre mí, la responsabilidad de que la unión de los elementos liberales de la Monarquía no se realice. Grandes tienen que ser los esfuerzos que haga el Sr. Moret para demostrar eso, porque hasta ahora, a pesar de sus elocuentes palabras, no me parece que ha convencido a nadie.

Yo he hecho, Sr. Moret, todo lo que podía hacer; yo he cedido en todo lo que podía cederse, mientras S. S. y sus amigos no han cedido en nada.

Pero al fin y al cabo parece que S. S. lo deja todo reducido a una fórmula de dignidad, y cree que yo he tenido la pretensión, y que la tienen mis amigos, de que SS. SS. vengan a nosotros rebajando su dignidad y humillando su decoro. Jamás he dicho yo semejante cosa al indicar como SS. SS. han de venir a nosotros, cómo hemos de ir nosotros a SS. SS., cómo nos hemos de encontrar.

Lo que he dicho es, que la única manera digna de que nos uniéramos para formar el partido liberal, era coincidir en la región de las ideas, en el planteamiento de los principios. ¿Se rebajaría por eso el decoro de S. S.? ¿Dónde está el rebajamiento de la dignidad, dónde está nuestra exigencia para que SS. SS. se humillen? Pero, al fin, si no consiste más que en eso la unión, dígame S. S. cómo ha de realizarse sin que la dignidad de S. S. y sus amigos se quebranten, y yo lo acepto.

La verdad es que todavía no sabemos a dónde iríamos si aceptáramos la fórmula que S. S. nos propone; porque la fórmula que indicaba el Sr. López Domínguez es distinta de la que esta tarde ha propuesto el Sr. Moret. (El Sr. Moret: Reproduzco la del Sr. López Domínguez.)

Su señoría ha dicho terminantemente que todos los que quieran la revisión de la Constitución de 1876 están con la izquierda. (El Sr. Moret: Pueden estar.) La afirmación de S. S. es la revisión de la Constitución de 1876. ¿Es esto? Pues esta no es la fórmula del Sr. López Domínguez, ni la del Sr. Martos, ni la de los periódicos de la izquierda, porque precisamente tengo aquí uno que justamente la víspera de la batalla decía lo siguiente:

"Contestando de una vez para siempre a los periódicos fusionistas y a los que sin serlo lo parecen, les diremos que ahora, como después del debate político que se prepara, la actitud de la izquierda está de acuerdo en un todo con el programa de Biarritz, y todos los individuos que componen el Directorio, unidos e identificados por la sola bandera que representa la Constitución de 1869, Código que viene a ser la encarnación de las libertades modernas y lazo fraternal entre la democracia y la Monarquía."

De manera que tenemos: primero, Constitución de 1869; segundo, reforma constitucional según la fórmula del Sr. López Domínguez; tercero, reforma constitucional según S. S., que no es la fórmula del señor López Domínguez; porque el ser partidario de la revisión de la Constitución de 1876 no tiene nada que ver con ser partidario de una reforma en puntos determinados con una tramitación establecida. Digo esto, porque partidarios de la revisión de la Constitución de 1876 son todos los españoles que empiezan en la izquierda y acaban en la República. No hay republicano que no quiera la reforma de la Constitución de 1876; no hay español de los que no han aceptado la Constitución de 1876, que no sea partidario de su revisión. De manera que, según S. S., no hay más que decir: "yo soy partidario de la revisión de la Constitución de 1876, " para formar en la izquierda. Esa bandera de S. S. es muy extensa, abraza a muchos españoles y no puede abrazar a los que han aceptado la Constitución de 1876. De todos modos, conste que no es esa la bandera del general López Domínguez y que no es tampoco la bandera del Sr. Martos, que decía lo siguiente:

"Y el Sr. Presidente del Consejo de Ministros me interrumpió y me dijo: diga el Sr. Martos qué principios son esos, que yo estoy dispuesto a aceptarlos todos.

"Yo no tengo que irle enumerando y determinando los principios que deseo desenvuelva inmediatamente, aunque sea en leyes ordinarias, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros; estos principios son todos los contenidos en el título 1º de la Constitución de 1869, tal como allí se contienen, porque hecho esto, no habrá más que consignar claramente el principio de la soberanía nacional, para que se sepa que todo está bajo de la Nación; y después de eso, no habrá otra necesidad que la de establecer, para dar por completa la obra, los artículos donde se determinen las precauciones que haya que adoptar para reformar la Constitución, que ahora no hay ninguna. "

De manera que la fórmula del Sr. Martos es la siguiente: derechos individuales consignados aunque sea en leyes ordinarias; manifestación de la soberanía nacional de cualquier modo con tal que se manifieste explícitamente, y por último, establecer medios que determinen la manera de variar la Constitución.

Pues yo le declaro al Sr. Moret que si la izquierda acepta la fórmula del Sr. Martos, estamos de acuerdo. Ya lo dije ayer. Desenvolver los derechos individuales en leyes orgánicas; no hay en eso inconveniente ninguno, como no lo hay en declarar la soberanía nacional en el concepto que se le ha dado aquí. Y por último, ¿se quiere que determinemos los medios necesarios [3936] para modificar la Constitución? A mí eso me parece muy conservador; pero puesto que los que se dicen más liberales que yo lo proponen, yo lo acepto, porque doy a la Constitución una estabilidad que no tiene, y como yo soy enemigo de reformas constitucionales, satisfacen SS. SS. mi deseo y contribuyen a la realización de mis ideales.

¿Es eso lo que quiere la izquierda? Pues esto es lo que ha dicho el Sr. Martos, y yo lo acepto; pero como no es lo que dijo el Sr. Duque de la Torre en el Senado, ni lo que ha dicho aquí el Sr. López Domínguez, ni lo que más tarde ha expresado el Sr. Moret, ni lo que dicen los periódicos, resulta que no sé lo que hemos de aceptar para unirnos con la izquierda.

Me decía el Sr. Moret que yo soy una contradicción viva, puesto que de mis labios parece que salen palabras de cariño y de avenencia, al mismo tiempo que en el fondo de mis discursos hay cierta hostilidad y ciertas amenazas para la izquierda. No; lo que hay es que yo he tenido que corresponder a la manera en que se me ha atacado. La izquierda creía yo que había venido a este debate a ver la manera de hacer de la izquierda y de la mayoría un sólo partido, y para eso ha empezado atacando al Gobierno por sus actos, y hoy mismo S. S. no ha podido tampoco evadirse de la costumbre que venía establecida, y ha pasado revista a todos los Ministros y a todos los ha atacado.

¿Qué había de hacer yo? ¿Cómo cree S. S. que puede contestarse a la manera de hacer el amor que sus señorías han tenido? Hasta la izquierda ha venido con ese sistema, no sabía yo que podía hacerse el amor a palos. He contestado defendiéndome de los ataques que se me han dirigido, y claro es que no podía emplear para ellos palabras de benevolencia y de cariño. Pero en todo lo demás las he empleado como era conveniente al caso.

El Sr. PRESIDENTE: Con permiso del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, se va a preguntar al Congreso si se prorroga la sesión. "

Hecha la pregunta por el Sr. Secretario Moral, el Congreso así lo acordó.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pues bien; el Sr. Moret me obliga también a que en este discurso mío, contra mi voluntad, haya también acritud para con S. S., puesto que S. S. la ha tenido para con nosotros.

Por un lado parece que quiere el Sr. Moret unirse a nosotros, o que nosotros nos unamos a S. S. (que yo no quiero en manera alguna herir en lo más mínimo el amor propio del Sr. Moret); con tal de que nos unamos, si a S. S. no le parece bien, por su dignidad, venir a nosotros, nosotros iremos a S. S.; ya que Mahoma no viene a la montaña, la montaña irá hacia Mahoma.

El Sr. Moret no ha estado justo en los ataques que ha dirigido a los Ministros en sus diversos departamentos. Su señoría no ha estado justo en los ataques que ha dirigido al Sr. Ministro de Hacienda, cuya gestión financiera estaba aprobada de antemano por S. S., porque sólo de esa manera hubiera sido S. S. presidente de la Comisión de presupuestos: el Sr. Ministro de Hacienda llamó a S. S. y le suplicó aceptara la presidencia de la Comisión de presupuestos, y entonces dijo a S. S. el Sr. Ministro de Hacienda cuál era su pensamiento, cuáles eran los medios con que pensaba realizarlo. (El Sr. Moret: No es exacto.) Sólo cuando S. S. estuvo de acuerdo con el pensamiento, aceptó la presidencia de la Comisión de presupuestos. (El Sr. Moret: No es exacto; el Sr. Camacho fue el que me propuso la presidencia, no el Sr. Cuesta.) Pero para este presupuesto, ¿quién se la propuso a S. S.? (El Sr. Moret: Para éste, el Sr. Camacho; basta que lo diga yo.) ¿Pero no vio S. S. al Sr. Cuesta? (El Sr. Moret: El Sr. Camacho me propuso para la presidencia, e hizo más, hizo que no hubiera más ex Ministro que yo en la Comisión, con objeto de asegurar mi elección. Esto es lo que S. S. debía saber.)

Está bien; pero S. S. no podía haber continuado en la presidencia de la Comisión de presupuestos si no hubiera estado conforme con el Sr. Ministro de Hacienda que sustituyó al Sr. Camacho, para lo cual el señor Cuesta habló con S. S. y le manifestó su pensamiento. Pero es más: S. S. ha estado, como presidente de la Comisión, sosteniendo, no en conjunto, pero sí en general, los principios del presupuesto del actual Sr. Ministro de Hacienda; y únicamente a última hora hizo S. S. un voto particular que en realidad no contrariaba los presupuestos del actual Sr. Ministro de Hacienda, sino que en él proponía S. S. otro plan distinto; pero repito que eso fue al final y después de aprobados por S. S. los presupuestos de los diversos departamentos. De todos modos, no me parece bien que después de haber discutido el Sr. Moret con el Sr. Ministro de Hacienda y después de haberle contestado el Sr. Ministro, en mi opinión, victoriosamente, y yo creo que también en opinión del Sr. Moret, venga ahora S. S. a hacer cargos como de pasada al Sr. Ministro de Hacienda, después de haber debatido juntos, como dos personas entendidas en el ramo, que saben lo que discuten.

No sé qué quiere el Sr. Moret que haga el Sr. Ministro de Ultramar. Ya sabe el Sr. Moret que ni en Ultramar ni en ninguna parte se pueden hacer milagros, y que se hace todo lo que se puede hacer. ¿A qué viene eso de estar siempre augurando males en aquella parte de nuestro territorio, donde las cosas no van peor, sino que están bastante mejor que estaban antes? Tampoco creo yo que era oportuno en estos momentos dirigir un cargo al Sr. Ministro de Ultramar.

No sé qué interés tiene S. S. en combatir al Sr. Ministro de Gracia y Justicia, porque al fin y al cabo, carne de su propia carne es, y de ahí ha venido con el espíritu de su partido y procura dentro del Gobierno inspirarlo en cuanto puede. Su señoría le hace cargos, por ejemplo, de no haber traído el proyecto de ley de matrimonio civil. ¡Ah, Sr. Moret! Porque el Gobierno tiene que tener otras consideraciones que el Diputado; porque esa ley afecta a una porción de intereses muy respetables; porque se trata de una cuestión que afecta a la manera de ser de la familia, a la manera de ser de la sociedad, a las relaciones con la Iglesia, y no se puede resolver en un momento ni en un instante, sin cuidarse de nada ni de nadie. Por eso se combate aquí al Sr. Ministro de Gracia y Justicia, y por eso todo Ministro que viniera aquí procedente de esos bancos tendría la misma enemistad por parte de sus amigos que la que ha tenido este Ministerio, porque se pretende que el Ministro que venga a un Gabinete no venga a traer el espíritu de su partido, sino a traer la perturbación, y a que sin consideración a nadie ni a nada se resuelvan en un momento los problemas más complicados y que pueden originar la fortuna o la desgracia del país.

Y al Ministro de Marina ¿por qué le ha atacado S. S., si sabe S. S. mismo que no había medio de poner en los presupuestos actuales la cantidad necesaria para empezar siquiera la realización del plan que el Sr. Minis- [3937] tro de Marina ha presentado? El Sr. Ministro de Marina, cumpliendo su misión con una actividad digna de todo elogio, presentó, al poco tiempo de ejercer su cargo, un plan completo de reorganización de la marina, que fue aceptado por el Consejo de Ministros y aprobado por S. M. El Ministro hizo esfuerzos inauditos para que se planteara cuanto antes, y se encontró con las dificultades económicas que bien sabe S. S. que ha tenido el Gobierno en este presupuesto, una vez que ha tenido que atender a los resultados de la conversión, que no creo censurará el Sr. Moret, y a la nueva organización de los tribunales, que tampoco creo que condenará S. S. Pero ¿es que un presupuesto puede atender a todas las necesidades que vienen de años atrás, cuando había el compromiso de presentar un presupuesto sin déficit como lo hemos presentado? ¿Le parece todavía poco a S. S. lo que se ha hecho?

Pues además de haber presentado el presupuesto sin déficit y nivelado, resulta que el presupuesto de gastos contiene 90 millones de pesetas más que los presupuestos anteriores. ¿Es pequeño el esfuerzo que ha hecho el Gobierno? ¿Es que muchos esfuerzos de ese género se pueden hacer en un año? No se puede exigir al Gobierno el imposible; el Gobierno ha dicho ya lo bastante sobre eso. ¿Qué necesidad tenía el señor Moret de atacar al Ministro de Marina?

Pero aparte de esto, que no venía al caso, advirtiendo que en todo lo demás el tono general del discurso del Sr. Moret me parece bastante diferente del tono general que dio al suyo el Sr. López Domínguez, teniendo más semejanza con el tono general del discurso del Sr. Martos; prescindiendo, repito, de estos ataques, voy a continuar, para fijar bien los términos de la cuestión y para que nadie se equivoque.

Yo concedo a la izquierda todo lo que la izquierda desee respecto a libertades y al desenvolvimiento de los derechos individuales, que ha sido siempre su bandera; yo se lo concedo todo; desenvolveremos los derechos individuales como la izquierda quiera, en leyes orgánicas separadas, una para cada derecho individual, o en una ley comprensiva de todas las garantías constitucionales, en la cual se desenvuelvan los procedimientos para el ejercicio de esos derechos individuales. ¿No ha sido esa siempre la aspiración de la izquierda? Pues bien, concedido; vamos a hacerlo cuando la izquierda quiera: si tenemos medio de continuar, ahora mismo pueden presentarse los correspondientes proyectos de ley, y vamos a discutirlos durante el verano, si no creéis que debamos proporcionarnos un pequeño descanso; yo no quiero daros ningún motivo para que digáis que no quiero una cordial inteligencia. El Gobierno está dispuesto a conceder el desenvolvimiento de los derechos individuales tal y como lo propone el Sr. Martos.

También está conforme en la declaración de la soberanía nacional en el sentido en que la soberanía nacional puede entenderse cuando hay una Monarquía y un Poder legislativo en funciones: hágase la declaración tan solemne como se quiera, a pesar de que a mí la declaración me parece completamente infantil: en los países en que la soberanía nacional es una verdad, no ha estado nunca escrita en las Constituciones. ¿Y para qué la escribiríamos en la Constitución española? Todo el mundo sabe que existe; está en la atmósfera; a mí me parece tan ridículo el escribir la soberanía nacional en el frontispicio de la Constitución, como lo fue el escribir en el frontispicio de la Constitución de 1812 que todos los españoles tenían la obligación de ser honrados y benéficos.

¿Queréis más? ¿Queréis dar a la Constitución del Estado una estabilidad que no tiene? Pues por mi parte, concedido; que se haga una ley que determine el procedimiento para modificar la Constitución; yo no lo considero necesario, pero lo creo conveniente; en mi sistema, completamente contrario a toda especie de reforma constitucional, me parece muy bien y veo con mucho gusto esta indicación; hasta en esta parte recojo el pensamiento del Sr. Martos. (Bien, muy bien.)

Y ahora pregunto yo: si aceptamos todo esto, y en todo esto estamos conformes, ¿qué nos separa? La reforma constitucional. Dice el Sr. Moret que las ideas son buenas o malas, y si son buenas, lo mismo da desenvolverlas en leyes orgánicas que reformando la Constitución, y si son malas, los mismos males traerán establecidas en la Constitución, que desenvueltas en las leyes orgánicas. No, Sr. Moret; no es lo mismo, porque desenvolver el ejercicio de los derechos individuales en leyes orgánicas, es respetar la legalidad vigente. Esto se hace dentro de la Constitución. No hay más sino que por el espíritu de S. S., en el cumplimiento del deber nosotros iremos un poco más allá de lo que SS. SS. pedían, y SS. SS. para estar con nosotros vendrán un poco más acá de lo que en otro caso vendrían.

Tales son las transacciones; transacciones que no denigran a nadie; y de tal manera, poniéndonos de acuerdo, desenvolveríamos a gusto de todos los derechos individuales sin tocar a la Constitución; y como es nuestro deber según un precepto de la misma Constitución, claro está que tal es el sistema ordinario de hacer las leyes, ya sean orgánicas, ya sean secundarias, y no el sistema peligroso de variar la Constitución y sin límites ningunos determinados de antemano. Y ya lo ha visto S. S. esta tarde. Si sólo el anuncio de que pueda tratarse de la revisión constitucional ha producido un debate que a todos ha debido causarnos profundo disgusto, ¡figúrese S. S. lo que sucedería cuando entrásemos en la revisión constitucional! Si fuera necesaria, ya se lo he dicho a S. S.; el día que se demuestre que algún precepto de la ley fundamental es obstáculo al establecimiento de las libertades que quiera la democracia y que están consignadas en la Constitución de 1869, yo ayudaré a pedir el cambio de ese precepto constitucional. (Bien, muy bien.) Pero hasta ahora, ¿se me ha demostrado? No; pues debemos continuar con la legalidad vigente. Tampoco he negado que el porvenir pueda aconsejar además un cambio en puntos secundarios; pero es necesario que lo demande la opinión pública; que no de otro modo debe procederse al cambio de la Constitución del Estado.

Créame el Sr. Moret; es imposible ir más allá; y si la unión no tiene lugar, el país achacará la responsabilidad a S. S. y sus amigos, no al Gobierno, que ha ido hasta donde puede ir.

También se ha equivocado S. S. al suponer que yo había hecho ofrecimientos de poder. Yo no podía hacer eso; eso hubiera sido por mi parte una inconveniencia política, e inconveniencia además para con los señores de la izquierda, los cuales seguramente, en sus movimientos políticos, en sus evoluciones políticas no obedecen a ambiciones de carteras. Yo venía discurriendo sobre la manera de que la democracia infiltrara su espíritu en la gobernación del Estado, y decía: hay dos medios: o aceptar desde luego es espíritu de la democracia infiltrándole en las leyes, o viniendo los demó- [3938] cratas a tomar parte en la gobernación del Estado, y que ellos sean los que con su talento y su espíritu consigan realizar los procesos de la democracia.

Eso no es ofrecer el poder, es hablar de los diferentes medios en que la democracia puede venir a infiltrar su espíritu en las resoluciones del Gobierno, y eso, en último resultado, no puede lastimar a nadie; porque estos medios han sido los únicos en todas las Naciones donde la democracia ha llevado su espíritu a las esferas del gobierno: lo ha llevado por la participación en el poder. No había en esto, pues, motivo para que el Sr. Moret se molestara.

Yo no puedo ofrecer carteras a nadie; lo que puedo hacer, y lo que hago ahora, es emitir mi opinión, manifestar mi juicio diciendo que creo conveniente que la democracia tenga participación en el gobierno; esa es una opinión mía. He añadido más, y esta es también otra opinión mía: que creo que la participación de la democracia en el poder depende de ella; si ella quiere, la tendrá pronto: si se empeña en otras cosas contrarias a las que puedan ser ideas de gobierno, entonces, en mi opinión, no lo obtendrá nunca. (El Sr. Martos: ¡No parece sino que S. S. es el Rey!)

No, Sr. Martos; he dicho mi opinión, y sin duda estaba S. S. distraído y no se ha hecho cargo de mis palabras. He dicho, y puedo hacerlo sin que S. S. me atribuya un puesto tan elevado, que mi opinión respecto a la participación de la democracia en el poder es que conviene esta participación, y que creo, y es también opinión mía, que esta participación depende casi exclusivamente de la democracia, porque según la conducta que tenga, así se hará, en mi opinión, más o menos acreedora a participar del poder. ¿Puedo decir eso sin ser Rey? (El Sr. Martos: Sí.) Pues vea el Sr. Martos cómo S. S. estaba distraído.

El Sr. Moret ha dicho que mi tenacidad puede hacer imposible la formación del partido liberal; y respecto de esto he de advertir a S. S. una cosa, y es, que S. S. cree que el partido liberal no está formado, y yo creo que lo está hace mucho tiempo, tanto que por estarlo llegó al poder, y hace dos años y medio que gobierna.

De manera que no puede haber esa imposibilidad de que S. S. habla. Ahora, si se trata de ensanchar ese partido liberal con la izquierda, no sólo no me opongo a eso, sino que lo deseo, a pesar de que no hay que hacerse ilusiones: yo he de hacer todo lo posible porque la izquierda y la mayoría se fundan, pero no se puede evitar que haya izquierda, ni aquí ni en ninguna parte. En todo partido liberal hay una izquierda, como en todo partido conservador hay una derecha. Todavía se puede evitar menos la izquierda en un partido liberal que la derecha en un partido conservador, y yo tengo la evidencia de que si nos fundimos mañana, que yo espero que nos hemos de fundir, la mayor parte de los señores de la izquierda serán amigos nuestros; no, digo mal, nosotros seremos amigos de la mayor parte de los señores de la izquierda. Yo creo que nos hemos de fundir; pero yo tengo la seguridad de que no han de venir todos a la fusión, y que aun cuando vengan, al poco tiempo, sin poderlo remediar, por la naturaleza misma de las cosas, habrá otra izquierda más o menos pequeña, más o menos importante, ya sea con desprendimientos del partido liberal que vayan hacia allá, ya sea con desprendimientos del partido liberal que estén en otros horizontes y que vengan hacia nosotros; pero siempre habrá izquierdas.

Serán estas izquierdas siempre un estorbo, un bagaje, una dificultad, una impedimenta para el partido liberal; pero también son una ventaja, porque son un acicate, son un estímulo para que los partidos liberales no se detengan en su camino ni en el cumplimiento de sus compromisos. Pero conste que el partido liberal está formado; conste que no sólo es posible, sino que existe y está gobernando hace dos años y medio, unas veces con vuestra benevolencia y otras veces contra vuestro deseo, porque vuestra benevolencia ha tenido grandes cambios. Creíamos que erais amigos nuestros, y os encontramos luego como adversarios, y más de una vez os habéis aliado a nuestros adversarios naturales y nos habéis combatido; de manera que en realidad hemos tenido que luchar muchas veces contra nuestros naturales adversarios y contra vosotros, y algo análogo ha de suceder siempre.

Por consiguiente, conste que el partido liberal está formado, que el partido liberal está organizado, y que ahora está más unido y más compacto que nunca. Si dentro de estas condiciones los individuos de la izquierda quieren hacernos el favor de considerarnos como amigos, dándoles nosotros los medios necesarios para desenvolver todas las libertades que han proclamado y que también nosotros hemos proclamado, sin reformas constitucionales que no son necesarias, y que si lo fueran, también las haríamos juntos; si quieren hacernos el favor de venir a aumentar nuestras filas, o de que vayamos nosotros a aumentar las suyas, que eso importa poco, para constituir un sólo partido liberal, aquí me tienen para ayudarles a resolver todas las dificultades que al efecto se presenten. Si no quieren, a pesar de nuestras concesiones, no constituir el partido liberal (porque conste que el partido liberal está constituido), sino que el partido se extienda, se aumente, se engrandezca, será culpa de los que se llaman de la izquierda. En último resultado, la responsabilidad de lo que de aquí pueda venir no será nunca ni del Gobierno ni de la situación, sino de los amigos de la izquierda.

He procurado, amigo Sr. Moret, como tratamos de conciliación, no hacer uso de mi fogosa elocuencia, sino hablar en los términos más sencillos y más llanos, para que no tome a mal la fogosidad de mi elocuencia y considere como cariño la sencillez de mi palabra; porque no quiero, lo repito, no quiero que las consecuencias que tenga este debate pesen sobre mí; no quiero yo tener esa responsabilidad, ni el Gobierno quiere tenerla, sino dejársela toda entera a SS. SS. Si es para bien, SS. SS. alcanzarán esa gloria; si es para mal, carguen SS. SS. con la responsabilidad; yo lo sentiré, porque al fin y al cabo más me gusta tener amigos que adversarios, y mucho más cuando se trata de personas que valen tanto como S. S. y sus amigos.

Si tenemos la desgracia de que eso no suceda, tenga S. S. entendido que por ello no se hundirá nada; las cosas marcharán lo mismo; el partido liberal marchará con más embarazo, que ya tiene bastante, pero no pasará nada. Procederá con más lentitud en las reformas, tendremos menos desembarazo para desenvolver nuestra política y más dificultades en nuestro camino que vencer; pero no sucederá ni más ni menos de lo que hoy sucede, ni habrá tampoco aquellos peligros que nos anunciabais, no; ya sabe el Sr. Moret que si aquí había algunos peligros, esos peligros han desaparecido.

Ahora no hay más remedio que tener mucho juicio en el gobierno el partido que al gobierno venga, y [3939] cuando caiga ese partido, sea el que quiera, sufrir las consecuencias de sus errores en el poder, llorarlos y ponerse en la oposición a conquistar otra vez las fuerzas que haya perdido, con su buena conducta y su prudencia en la oposición, que es lo que se debe tener en el banco ministerial. Por consiguiente, no nos hagamos ilusiones, a todos nos conviene la unión, y principalmente, lo debo decir con toda sinceridad, en último resultado, más les conviene a SS. SS. que a mí; pero no me quiero valer de este argumento, no quiero molestar a mi distinguido amigo el Sr. Moret con estas conversaciones que ha tenido conmigo, que al fin y al cabo no han tenido nada de particular, porque S. S. he sostenido perfectamente bien el derecho y los deseos y aspiraciones de la izquierda, como yo he procurado sostener el deseo, el derecho y las aspiraciones de mi partido.

Pero en bien, como ha estado en esas conferencias, no es extraño que haya tenido S. S. y tenga todavía el mismo miedo que tenía el Sr. Martos, y que le obligó a hablar aquí ayer; porque si ese temor no hubiera hablado el Sr. Martos; y por cierto que hubiera sido lástima, porque ha pronunciado uno de los más brillantes discursos de su vida parlamentaria, y hubiera sido lástima que nos privara de él; pero al fin el Sr. Martos habló, porque temió que de las conferencias que había tenido con el Presidente del Consejo sospechara la izquierda que no iba por el camino de la izquierda. (Algunos Sres. Diputados: No, no.) Así lo dijo el Sr. Martos; dijo: "como puede haber malas interpretaciones?" ¿Y quién había de interpretar así más que la izquierda? Porque los demás, ¿qué interpretación le habíamos de dar?

Pues bien; yo temo que esos mismos recelos asusten a S. S. y no esté conmigo tan benévolo como yo deseo que estemos, para que en definitiva seamos amigos y correligionarios; ya lo hemos sido, aunque por poco tiempo; yo me encontraba un día al lado de S. S.; por consiguiente, puedo volverlo a estar. Haga S. S. todo lo que pueda, que puede mucho, entre sus amigos; prescinda de ciertas intransigencias que llevan siempre al abismo; no haga caso de ellas, déjelas; ¿qué importa que se queden algunos, si vienen todos los demás? Y si vienen todos, tanto mejor: eso probará que no hay intransigencia ninguna y que a ninguno de la izquierda le es violento volver a ser amigo de aquellos con quienes antes partieron su amistad.

Y voy a concluir. No se quejará el Sr. Moret de que no he dado tono familiar a mi discurso. Yo espero que el Sr. Moret, al contestarme, prescinda un poco también de la pasión política, de los compromisos que pueda tener de partido, y que mirando a intereses más altos, procure dejar las cosas de manera que si hoy la mayoría no queda fundida con la izquierda dinástica, pueda mañana, si no hoy, realizar esta unión. (Bien, muy bien.)

En este último resultado, si la izquierda insiste en no asociarse, lo sentiré; no se despedirá quizás para siempre, y le diré: "adiós, hasta mañana. " (Muy bien, muy bien.) [3940]



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